“Yo no tuve bicicleta”.

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Hace algunos años, en el programa televisivo “reencuentro con México”, el periodista JUAN MANUEL RENTERIA le hizo una entrevista al maestro, licenciado y periodista  JACOBO ZABLUDOVSKY que, sencillamente, me encantó.

Los padres de JACOBO fueron, DAVID ZABLUDOVSKY y RAQUEL KRAVESKI, quienes emigraron de Polonia a México en 1926, cuando en Europa se iniciaba la persecución de los judíos.

JACOBO ZABLUDOVSKY nació el 24 de mayo de 1928 en el Distrito Federal.

Desde sus primeros meses vivió en el famoso barrio de La Merced.

Se graduó como abogado en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México el 21 de julio de 1967.

Fue hermano del arquitecto y pintor ABRAHAM ZABLUDOVSKY.

Se casó el 22 de junio de 1954 con SARA NERUBAY LIEBERMAN, de origen judío-ruso, hija de un próspero comerciante de la Ciudad de México, con quien procreó a tres hijos: ABRAHAM, JORGE y DIANA.

En la entrevista con RENTERIA, JACOBO narró cómo vivió una infancia feliz.

-“¿A qué edad tuviste tu primer bicicleta?”-, le preguntó RENTERIA.

-“Yo no tuve bicicleta”-, respondió ZABLUDOVSKY.

-“Nunca tuve una bicicleta. Éramos pobres, pero yo no lo sabía. Me enteré que habíamos sido pobres cuando yo ya era grande.

No sentí pobreza porque nunca me faltó que comer ni en donde dormir”-, dijo.

Pero esa frase: “Yo no tuve bicicleta”-, la recuerdo con precisión porque, haciendo memoria, me acordé que yo… Tampoco tuve bicicleta.

Algunos de mis amigos si tenían bicicleta y de cuando en vez me prestaban una para “dar una vuelta”.

Sentía bien padre andar en bici…

Te sientes “bien acá”.

Un sábado me dijeron mis amigos que si íbamos a la playa en bicicleta.

“Pero yo no tengo”-, les dije.

-“Te prestamos una”-, dijo JUAN PATLAN.

Era 1965. Yo tenía 15 años y estaba en tercero de Secundaria.

Le pedí permiso a mi mamá y, para mi sorpresa, me dijo que sí.

A las cinco de la mañana sería la partida.

Esa noche, de la emoción… Casi no dormí.

A las cuatro y media me levanté, me cepillé los dientes, me lavé la cara, agarré “el lonche” que mi mamá me había preparado, vi que mi hermanito estaba bien dormido y me fui a la esquina de la Calle Venustiano Carranza y Pedro Garza Sánchez, de la Colonia Aurora, lugar de la cita.

Casi todos los que íbamos a ir, vivíamos cerca de esa esquina.

Recuerdo que éramos como como una docena de ciclistas.

Me prestaron una bicicleta rodado “28”-.

Estábamos listos para la gran aventura.

Y allá vamos.

Con el fresco de la mañana llegamos a la carretera que en aquel tiempo era de dos carriles y muy angosta pero… No había carros.

Era 1965 y en Matamoros los automóviles eran pocos.

La última casa al lado de la carretera estaba en la esquina de la Calle Fidencio Trejo.

Esa era la entrada a la Colonia Popular, la última colonia de Matamoros, hacia el oriente.

Pasamos el Ejido El Longoreño y los muchachos gritaron: “Estamos por llegar al puente San Juan”.

De allí al Ejido El Refugio había pocos kilómetros.

En el Ejido El Refugio estaba la primera gran curva pero… A esa hora no había tráfico y casi todos ocupábamos lo ancho de la carretera.

De cuando en cuando, nos salían perros a ladrarnos.

En el camino nos sorprendió el sol.

Todavía había sembradíos de algodón. Pocos pero había.

Otra curva y otra más para llegar a la entrada al Ejido La Bartolina.

Un chico rato más tarde, SIDRONIO FLORES, que así se llamabas uno de los amigos, gritó: “¡Después de la siguiente curva, sigue…. La recta final!”.

Habíamos pedaleado casi dos horas cuando llegamos a la playa.

Me tuve que dejar caer en un gran médano porque no me podía bajar de la bicicleta, pues las piernas no me respondían.

A varios muchachos, JUAN PATLAN, nos dio masajes.

Pronto nos repusimos.

Correteamos toda la mañana y parte de la tarde.

Que playa tan hermosa.

Arena blanca, olas normales, médanos o sea, dunas de arena, muy altas.

Sol, arena y mar.

¡Otra cosa!.

Había poca gente, como era natural.

Según el censo, en aquellos años, Matamoros tenía 125 mil habitantes.

¡Qué tiempos aquellos, señor Don Simón!.

Al mediodía, comimos y compartimos los lonches de huevo con chorizo unos, de frijoles otros y con aguacate otros más.

Alguien había llevado un bote con agua y de allí bebimos.

En ese tiempo, la playa la llamábamos “Playa Washington”.

Y empezamos a organizamos para el regreso a Matamoros.

Nos esperaban otros 37 kilómetros de recorrido.

Pero el trayecto fue más fácil porque veníamos “a favor del viento”.

Aquella vez, cuando llegamos a Matamoros, nos paramos en un estanquillo de la Colonia Aurora y no me acuerdo quien invitó las Coca-Colas.

Que riquísima me supo mi Coca-Cola.

Jamás, jamás, jamás en mi vida un refresco me ha resultado tan rico.

Y pasaron los años.

A la playa se le cambió el nombre y le pusieron PLAYA LAURO VILLAR.

Después, acertadamente le pusieron el nombre por el que se le conoce en todo el país: PLAYA BAGDAD.

La playa siempre ha sido el principal polo de desarrollo turístico de Matamoros.

Problemas con la tenencia de la tierra, porque no se ha deslindado el área federal, han impedido que haya allí grandes inversiones turísticas.

Eso quizá ha permitido que Matamoros tenga una playa limpia, una playa que, viéndolo despacio… Es un paraíso.

La Administración Municipal que encabeza JESUS DE LA GARZA DIAZ DEL GUANTE ha aplicado recursos suficientes para rehabilitar las instalaciones de ese balneario.

Quedó listo ya el boulevard RIGO TOVAR, los estacionamientos y las palapas.

Los restaurantes tienen dispuestos los mejores mariscos para ofrecerlos a los vacacionistas que ya empiezan a llegar a este rincón del cielo que nosotros llamamos… “¡MI MATAMOROS QUERIDO!”.

¿Tú tienes bicicleta?.

¡Salud!.

Por hoy, es todo.

P.D.- El –E-mail…

Una niñita le estaba hablando de las ballenas a su maestra.

La profesora dijo que era físicamente imposible que una ballena se tragara a un ser humano porque aunque era un mamífero muy grande su garganta era muy pequeña.

La niña afirmó que Jonás había sido tragado por una ballena.

Irritada, la profesora le repitió que una ballena no podía tragarse ningún humano; físicamente era imposible.

La niñita dijo:

―“Cuando llegue al cielo le voy a preguntar a Jonás”.

La maestra le preguntó:

―“¿Y qué pasa si Jonás se fue al infierno?”.

La niña le contestó:

―“Entonces le toca a usted preguntarle”.

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