Agencias.-
En China, que sufre problemas relacionados con la escasez de agua de manera recurrente, las autoridades acaban de aprobar uno de los mayores programas de modificación meteorológica de su historia, un plan con el que esperan generar de manera artificial lluvia para paliar la sequía que azota a las áridas regiones noroccidentales del país.
Para lograrlo, la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma desembolsará 1.150 millones de yuanes (155 millones de euros) en la construcción de cuatro aviones, la puesta a punto de otros ocho y el desarrollo de 897 sistemas de lanzamiento de cohetes y 1.850 dispositivos de control. Todo ello, con un solo fin: el de «sembrar nubes» en los cielos y actuar sobre ellas, de manera que se den las condiciones necesarias para que produzcan las tan ansiadas lluvias.
El proyecto responde a un estudio realizado por la Administración Meteorológica de China, que determinó que las precipitaciones de agua y nieve podrían aumentar en un área de 960.000 km2 (el 10% del territorio chino) si se hicieran las inversiones propuestas. Esta extensión abarca las provincias de Gansu, Qinghai, Ningxia y Xinjiang, hogar de los mayores desiertos del país, en los que habitualmente llueve poco y el clima es caliente y seco en verano y muy frío en invierno.
Con menos del 7% de las reservas globales de agua del mundo y una demanda que no para de crecer alimentada por el desarrollo económico y el crecimiento de su población, hace tiempo que las autoridades apostaron por echar mano de métodos artificiales para influir en su meteorología.
Para ello recurren desde hace años al «sembrado de nubes», que consiste en el lanzamiento al cielo mediante cohetes o aviones de productos químicos como el yoduro de plata, sal o el hielo seco (dióxido de carbono congelado), unas sustancias catalíticas que al impactar con las nubes provocan una reacción que acelera la liberación de hidrógeno, el cual entra en contacto con el oxígeno y forma agua para que llueva.
En el gigante asiático, además de para paliar sequías, el uso de esta tecnología se ha vuelto con los años cada vez más frecuente para otros propósitos, como mejorar el clima para grandes eventos públicos, enfriar el aire caliente en verano o tratar de «limpiar» la espesa y sucia capa de contaminación que cubre a muchas ciudades.
Es lo que hizo Pekín en 2008, cuando disparó 1.100 cohetes con yoduro de plata para limpiar los cielos de la capital cuando allí se celebraron los Juegos Olímpicos; o en septiembre de 2009, cuando 18 aviones del Ejército Popular de Liberación volaron sobre la ciudad para esparcir este catalizador y forzar precipitaciones el día previo al desfile conmemorativo del 60º aniversario de la fundación de la República Popular de China.
De hecho, en 2011, tan solo una región del país gastó 150 millones de dólares en un programa destinado a crear precipitaciones artificiales, una cifra que contrasta con los 15 millones de dólares que gastó ese año Estados Unidos en todo su territorio. Dos años después, las autoridades chinas estimaron que cada año se producían unos 50.000 millones de metros cúbicos de lluvia por medios no naturales.
Aunque la siembra de nubes es percibida como una práctica relativamente segura y que no despierta la controversia de otros proyectos ejecutados en tierra -como las grandes presas en los ríos principales-, lo cierto es que existen dudas sobre qué pasa con esos químicos lanzados al aire una vez se dispersan o si son realmente eficaces y provocan lluvias o estas son naturales.»La pregunta siempre es, ‘si no lo hubiera hecho, ¿habría llovido de todos modos?'», señaló al respecto Alan Robock, profesor de geofísica en la Universidad de Rutgers, a Business Insider.
Sin embargo, por ahora China parece estar bastante segura de las virtudes de esta tecnología, hasta el punto de que el Ministerio de Finanzas ya anunció el año pasado que pretende lograr más de 60.000 millones de metros cúbicos de agua adicional cada año de aquí a 2020.