“Ser el parásito de la Tierra nos lleva a la autodestrucción”

9072
Tiempo aproximado de lectura: 2 minutos

El ecólogo David Nogués Bravo publica en ‘Science’ el primer mapa de la diversidad genética del planeta.

Hace doscientos años, la mera idea de que una especie animal pudiera extinguirse era completamente revolucionaria. “No puedo evitar creer que el mamut todavía existe. La aniquilación de cualquier especie carece de ejemplos en cualquier parte de la naturaleza que vemos”, escribía en 1796 el paleontólogo (y tercer presidente de EE UU) Thomas Jefferson. El padre de la Declaración de Independencia tenía muchas razones para pensar que, sin duda, la naturaleza era capaz de mantenerse en equilibrio a pesar de la presión que los humanos pudieran ejercer en determinado ecosistema. Hoy, buena parte de las noticias que tenemos sobre la biodiversidad son para conocer nuevas especies en peligro o ya en extinción en distintos rincones del planeta. Pero para determinar el estado de salud de la biodiversidad de la Tierra en su conjunto cada vez es más necesario el uso de nuevos instrumentos que permitan atinar con el diagnóstico. A eso se dedica el macroecólogo David Nogués Bravo, que ha desarrollado una nueva herramienta, “como un nuevo tipo de telescopio” para observar la diversidad genética de los animales. “Son los bloques de la vida que nos ayudan a adaptarnos a los cambios. Si tienes bloques que te ayudan con los cambios en el clima tienes más posibilidades de sobrevivir”, explica Nogués (Zaragoza, 1975), de la Universidad de Copenhague, que publicó sus resultados en la revista Science, consiguiendo ser el tema de portada. La principal observación que proporcionó este telescopio es que los humanos estamos acabando con la fortaleza genética de los animales. Ya sabíamos que arrasamos con especies y ecosistemas, pero resulta que también estamos empobreciendo su herencia genética, lo que les hace todavía más vulnerables.

Uno de sus primeros trabajos de relevancia fue, precisamente, sobre la extinción de los mamuts, un estudio que mostraba cómo el cambio climático dejó a estos primos lanudos de los elefantes pendiendo de un hilo justo cuando llegaron los humanos a sus ecosistemas para darle “el golpe de gracia”. Se trata de un ejemplo tan profético como útil para entender cómo serán las extinciones presentes y futuras que estamos provocando. “Hacemos modelos sobre el futuro, pero no tenemos una máquina del tiempo para validar si estos modelos tienen sentido o no. Y por eso se comenzó a trabajar sobre el pasado”, explica este macroecólogo, profesor titular del Museo de Historia Natural de Dinamarca, un lugar en el que “la ciencia es un pilar básico”, lo que le permite tener proyectos de gran tamaño en el que se implican genetistas, paleontólogos, ecólogos, biólogos y científicos sociales. En su grupo de macroecología, de unos ochenta investigadores alrededor de veinte son economistas y sociólogos “porque tenemos que entender cómo los procesos económicos y sociales están ligados a las dinámicas naturales”, explica.