Dr. Jorge A. Lera Mejía
Este 17 de marzo, la doctora por la Universidad de Harvard, Adrian Wilson, publicó en el Diario ‘The New York Times’, una excelente editorial abordando las diferencias entre las clases empresariales mexicanas (Editora Viri Rios).
El interesante artículo parte de la gran distancia o brecha existente, entre las Mipyme y las grandes empresas. Recordando que en México más del 89% de las mismas son pequeñas y medianas.
Menos del 1% corresponden a las grandes empresas, con al menos 1000 trabajadores. Sólo el 10% restante, se identifican con las medianas compañías.
Como un dato oficial, al cierre del año 2018, existen 4.2 millones de unidades económicas en México. De ese universo, el 99% son consideradas Pequeñas y Medianas Empresas (Pymes), las cuales aportan 42% del Producto Interno Bruto (PIB) y generan el 78% del empleo en el país.
Siguiendo con el análisis, cita la autora que […] Los empresarios mexicanos creen que son “la élite económica”, pero es una aspiración más que una realidad: la mayoría de ellos son parte de la clase media o baja.
Para pertenecer al uno por ciento de los hogares más ricos de este país, necesitarían tener ingresos promedio de al menos 872,000 pesos mensuales (esto sin siquiera incluir en el cálculo a los hogares ultraricos).
Por eso, el empresario promedio en México debe pedir políticas que se enfoquen en empoderar a la clase media en lugar de defender a quienes ostentan la mayor parte de la riqueza del país.
Puede parecer obvio, pero no lo es: la clase media empresarial no debe tener la misma agenda política que las clases altas.
Tal parece que el empresario mexicano común asume que, por ser empleador y vivir de sus propios ingresos, ya pertenece a la élite. No es así.
Ante la crisis de salud y económica que ha generado el COVID-19 en el mundo, este es un momento crítico para que, tanto los empresarios de clase media y baja como el gobierno de México, alineen sus prioridades: ante una inminente recesión económica, los empresarios deben definir su propia agenda política que los distancie de los empresarios más adinerados.
De los 4.2 millones de empresarios que hay en México, casi 4 millones son oficialmente clasificados como de clase baja o media baja debido a que no tienen ingresos altos, habitan viviendas que carecen de algunos servicios básicos y tienen niveles de escolaridad bajos.
Esto se traduce en que 7 de cada 10 empresarios tienen un ingreso tan bajo que nos les permite satisfacer las necesidades de una familia de cuatro personas. Incluso entre los empresarios que se consideran más productivos por estar en la formalidad, el 38 por ciento no logra llegar a la quincena bien librado si tiene un dependiente.
Sin embargo, a pesar de la contundencia de los datos, el empresario promedio no parece querer aceptar que pasa por dilemas económicos. Por el contrario, ideológicamente, muchos de ellos ha cerrado filas contra las agendas redistributivas y los planes fiscales que aumenten los impuestos a los más poderosos, subsidios a la actividad productiva y, en general, a políticas que los beneficiarían.
El gobierno mexicano ha contribuido a esta mala interpretación por sus propias fobias ideológicas.
Con frecuencia, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se refiere a los empresarios como la élite conservadora y los acusa de ser un grupo de “influyentistas” que han hecho dinero al amparo del poder político.
Si bien es cierto que hay muchas fortunas en México que han sido hechas a partir de privilegios de mercado, amigazgos y relaciones con el poder, lo cierto es que la gran mayoría de los empresarios mexicanos son víctimas, no beneficiarios, de esa forma de hacer negocios…
… Necesitamos un gobierno mexicano más estratégico y menos ideológicamente infantil. Uno que se dé cuenta de que representar a la gran mayoría de los empresarios es compatible con su meta de poner a los pobres primero por el simple hecho de que la gran mayoría de los empresarios en México son pobres. Y, por el otro lado, las organizaciones empresariales también han alimentado la falta de conciencia de clase entre sus integrantes, en parte porque quienes toman decisiones políticas son casi siempre empresarios acaudalados.
El Consejo Coordinador Empresarial, uno de los más grandes conglomerados de empresarios de México, informalmente favorece la representación de las grandes empresas en su agenda política, y si bien suele hablar del pequeño empresario, no abandera una agenda de cambio estructural que realmente pueda cerrar la brecha de la desigualdad entre los empresarios.
Por lo mismo, la agenda del empresario mexicano rara vez aborda las desigualdades de ingreso que existen entre ellos a pesar de que son enormes. De hecho, si los empresarios mexicanos fueran un país, serían la nación más desigual de Latinoamérica.
Esta desigualdad hace que los empresarios más ricos puedan aprovecharse de sus proveedores más pobres, usarlos como fuente informal de créditos y capturar la mayor parte de las utilidades. Es por esto que casi la totalidad de las utilidades empresariales se concentran en tan solo 10,000 empresas que representan el 2 por ciento de las unidades económicas formales.
El empresariado debe articular una agenda política que elimine las desigualdades entre ellos y las restricciones sistemáticas que les impiden crecer. Esta agenda debería buscar que se aumentara la recaudación de los empresarios que pertenecen al uno por ciento de forma que se tengan recursos para subsidiar apoyos para empresarios pequeños y se amplíen los créditos productivos a tasas preferenciales. Y, sobre todo, se deben ampliar y facilitar los recursos legales con los que cuenta la Comisión Federal de Competencia Económica para evitar las concentraciones de mercado y los monopolios de forma que los pequeños negocios puedan competir.
También se debe sancionar a las empresas que no paguen en tiempo y forma a sus proveedores pequeños.
Es crucial que el empresariado mexicano entienda que las políticas que benefician a los pocos empresarios más ricos los perjudican a ellos. Muchas grandes empresas mexicanas han sido acérrimas enemigas de, por ejemplo, las políticas procompetencia porque la concentración de mercado las beneficia.
Si los empresarios pequeños se organizan en contra de los monopolios y logran que la economía mexicana fuera completamente competitiva, se estima que el ingreso de las clases medias subiría un 17 por ciento y el de los pobres, 31 por ciento.
Es momento de que los empresarios mexicanos hagan conciencia del tipo de agenda política que le convendría más para desarrollarse como clase media. Esta agenda requiere creación de servicios públicos, limitación del poder de monopolios y aumento del poder de consumo del mexicano promedio.
Es momento de que los pequeños y medianos empresarios tomen la voz y comiencen a organizarse para tener prioridades propias.
Esta agenda debe no solo tener políticas públicas específicas sino un llamado directo a López Obrador para que no alimente una retórica antiempresarial. El presidente debe tratar de escuchar a aquellos empresarios que quieran y se beneficien de reducir la desigualdad.
Ante la emergencia del coronavirus es más importante que nunca que el sector privado y público trabajen juntos […]
Fin de la cita publicada en The New York Times. 17/03/2020