Por Ramón Durón Ruíz (†)
Sabiamente afirma Cecilia Meireles: “Hay personas que nos hablan y no las escuchamos; hay personas que nos hieren y no dejan cicatriz; pero hay personas que simplemente aparecen en nuestra vida y nos marcan para siempre”
Para el viejo Filósofo esos son exactamente los abuelos, una escuela permanente de aprendizaje y enseñanza, un libro abierto de amor a la vida, que con su infinita paciencia y preclara sabiduría te ayudan a reaprender, a oír la voz de tu corazón, a comprender, analizar y ver con los ojos del alma los mensajes que la vida amorosamente te envía.
Las enseñanzas de los abuelos te ayudan para que ejerzas tu derecho a equivocarte, a no sentirte perfecto, quizás sea una buena manera de encontrarte contigo mismo, ser humilde y crecer. Ellos, con alquímica pedagogía, te reconectan con el universo de bienaventuranza, paz y luz que abunda en tu interior, enseñándote a convertirte en tu mejor amigo, aceptando las cosas como son… porque te aceptas a ti como eres.
Te enseñan que al verte frente al espejo de la vida, te enamores de ti mismo, siendo más generoso contigo y menos crítico con tu cuerpo, viendo las cosas positivas que la vida tiene cada nuevo amanecer especialmente para ti, sabiendo que no existen trabajos modestos, los hay, sí, bien o mal realizados.
Los abuelos te educan para que seas sincero en el amor, humilde en el trabajo, generoso en el dar y en el servir, amable al hablar, persistente en el perdón y perseverante en la oración; para que aprendas a disminuir tus problemas imaginarios, te preocupes menos y ames más, y lo demás… lo dejes en manos del Señor.
Cuando aprendes de los abuelos, te haces más sabio y se te hace más fácil y accesible el camino de la vida, te despreocupas del ¿qué dirán? iniciando el camino del auto aprendizaje; te enseñas a ser positivo, aprendes a ver la rosa en lugar de ver la espina, te preocupas menos de los problemas, por una razón muy sencilla: sabes que formas parte del milagro de la vida y que estás aquí para expresar tu potencial y tu grandeza.
De cada abuelo –doctorado en la escuela de la vida– aprendes que la paciencia es un oficio que se adquiere con los años, dándole tiempo a las cosas; a ser perseverante en tus sueños, eliminando esa pesada carga de la esclavitud que te ata al dolor del pasado y a viejos sufrimientos, decidiéndote a cambiar para construir una vida que mire hacia adelante, dejándote tocar por la fragancia del amor, ese que todo lo puede y todo lo transforma.
Cuando un abuelo amorosamente toca tu alma, te enseña a no quejarte “recordándote que naciste desnudo, que tus pantalones, zapatos y camisa… son ganancia” por eso con su suave didáctica te enseñan a vibrar y contagiar a tu paso el poder de la alegría, que es una emoción altamente sanadora, que nace de lo más profundo de tu corazón y que te ayuda a comprender que “cada día tiene su afán”.
A propósito, con motivo del inicio de clases, en Güémez, el viejo Filósofo llevó a su nieto a la escuela, en la entrada se encontraba la directora quien amablemente después de la pandemia, recibía a los niños, y para saber más de su familia les decía:
— Mañana, los que tengan su mamá viva por favor vengan con una rosa roja en la bolsa de la camisa y los que su mamacita haya fallecido, vendrán con una rosa blanca.
Al día siguiente el Filósofo volvió a llevar a su nieto a la escuela portando él una rosa roja en la bolsa de la camisa y con una flor blanca en su huarache, entre los dedos del pie izquierdo.
La directora al verlo, intrigada le dice:
— ¿Qué te pasa Filósofo? porque traes una rosa roja y una flor blanca.
El viejo campesino le dice:
— ¡Maestra!, la rosa roja porque mi mamá está viva, y la flor blanca, porque en el pie tengo una uña enterrada que… ¡¡¡NO TIENE MADRE!!!
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