Por Ramón Durón Ruíz (†)
Cada nieto que nace inicia con sus abuelos un pacto honrado con el amor, inaugura una nueva etapa en la vida de ellos, saben bien que es una llama que hay que cuidar para que no se extinga antes de tiempo, para que cumpla la tarea a la que vino a esta carnalidad y sea un faro que dé la luz suficiente para dejar marcada su expresión en el camino.
Los abuelos son celosos guardianes que cuidan y enriquecen el templo de la vida de sus retoños, los educan y protegen con amor; los acercan cariñosamente a la fuente de la vida y de los milagros que cada minuto acontecen. Con el paso del tiempo, se han convertido en una escuela de vida, son grandes, saben que cada quien es responsable de lo que cosecha; por eso, están en la época de cosechar bendiciones y seguir sembrando, se refugian en la fortaleza de lo divino porque saben que es la fuente de la vida, que al armonizarlos con el universo los provee de salud física, mental y espiritual alineándolos con la abundancia de dones y de bienes que la vida tiene para ellos.
Para sus nietos, cada abuelo y abuela no es el mensaje… sólo es el mensajero, el heraldo que siempre será portador de buenas nuevas; diciendo por una parte, que el odio y el rencor son como una granada de fragmentación en la mano, que si no la sueltas acabará con tu existencia y por la otra, enseñan a sentirse parte del milagro de la vida, a contar cada una de las bendiciones, sabiendo que semillar amor producirá amor, porque es un círculo perpetuo, cuando uno se cierra en automático se abre otro… y más grande.
Abuelos que invierten su tiempo en dar y servir, sabiamente conocen que es la mejor manera de trascender; siempre andan de buenas, obran bien y jamás buscan perpetrar el daño, su alma trasluce un entusiasmo y alegría sin comparación; pareciese que sin saberlo, hacen suya la frase del padre Ignacio: “Sonríe siempre, para no darles a los que te odian, el placer de verte triste”.
Ellos son recipiendarios de una rica tradición oral que dice: “Lo importante no es la cantidad de horas que le dedicas a los nietos… sino cuánto se dedica en esas horas a sus nietos.” Por eso son más amables y gozan cada instante del tiempo, sabiéndose imperfectos.
Se convierten en el sol que da calidez a los descendientes, en la brújula que los guía por el buen camino, hombres y mujeres que podrán estar llenos de arrugas en su cara, brazos y manos, pero jamás tendrán arrugada su alma por el desaliento; podrá faltarles pelo pero no hay ausencia de ánimo para inculcar los necesarios valores que edifican al hombre de bien. Sus movimientos se tornaron lentos pero hoy, su alma está aligerada para hacer que renazca en sus nietos la esperanza de una vida mejor.
Abuelos a los que la vida les dio un giro de 180º al recibir la bendición y el inapreciable don de ver nacer a los hijos de sus hijos y con ello, Dios transformó su existencia, dándoles el regalo de que la sabiduría y la prudencia acentúen época en la que el sosiego y la paz interior inunda su alma, período en el que han aprendido a vibrar, a escuchar, a sentir la armonía y la fuerza de la vida.
Su tiempo es la eternidad, el tiempo del amor y la bienaventuranza, tiempo de cabellos grises que resaltan su alegría con bellas sonrisas que los hacen ver el mundo desde la óptica positiva, preocuparse menos en sufrir, ocuparse más en gozar, no pierden el tiempo en lamentaciones, lo ocupan en servir generosamente a sus nietos, hablar amorosamente y ser envidiablemente positivos.
Abuelas y abuelos que tienen la habilidad de hacer de la vida una festividad diaria, sabiendo que disfrutar del viaje les trae sanidad para su mundo físico, astral y mental; por eso gozan la vitalidad que el humor y las sonrisas les proveen, porque es un poder que vibra, que no se cuantifica y trae implícito la felicidad con la que sus nietos crecen, energía que no obedece a ningún modelo físico-matemático.
Por eso en éste Día de los Abuelos, el viejo Filósofo amorosamente les dice: ¡¡¡DIOS LOS BENDIGA!!!
Lo del abuelo me recuerda, cuando Simpliano y Anacorito amigos del Filósofo llegaron a visitarlo para felicitarlo por ser el Día del Abuelo. Después de que éste amigablemente les invitó una taza de café “caracolillo” iniciaron a platicar los temas de actualidad; uno de ellos, tratando de evidenciar la ignorancia del viejo campesino “de allá mesmo” en cuestiones elementales de la economía y de las matemáticas le preguntó:
––Filósofo: si tienes en tu bolsa derecha 1,800 pesos, en tu bolsa izquierda 2 mil 500 pesos, en tu bolsa trasera izquierda 3 mil 300 y en la trasera derecha 2 mil 750 pesos, ¿qué tienes?
El Filósofo mirándolo fijamente le respondió:
––¡¡¡PO’S UN PANTALÓN AJENO… ABRÓN!!!
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