Agencias.- La vacunación contra el coronavirus es una carrera desigual que ha dejado en evidencia las dos velocidades en las que se mueve el mundo.
Y es una situación que enoja, entre otros, al secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, quien considera que es “enormemente desigual e injusta” la distribución de vacunas en el planeta. Según dijo esta semana, en sólo 10 países se han distribuido 75 por ciento de las dosis, algo totalmente incongruente con la urgencia de hacer un esfuerzo global para que la vacunación llegue a todos cuanto antes.
“La equidad de la vacunación es el examen moral más grande de la comunidad global”, dijo Guterres. El enfado, compartido por muchos gobiernos y por otros organismos, como la Organización de los Estados Americanos (OEA), no es otra cosa que la expresión de la actual realidad de un “nacionalismo de vacunas” en los que los países desarrollados priorizan sus necesidades domésticas a expensas del resto.
Aquellos que son más ricos y, por tanto, aportaron más al desarrollo de una solución para una pandemia mundial, ahora, con cada vez más vacunas con eficacia probada, reclaman ser los primeros en inmunizar a su población, como forma de recuperar la inversión.
El nacionalismo de vacunas no es algo nuevo: los Estados Unidos, cuando la gripe aviar de 2009 empezaba a llenar portadas de diarios, reservó de manera preventiva 600 millones de dosis de una pandemia que al final no fue tan severa como se esperaba, y que representaba por entonces entre uno y dos tercios de lo que se programaba que se podría fabricar. “El pasado nos muestra que quizá sea poco realista esperar que cualquier nación actúe de manera altruista”, escribía en The Conversation hace unas semanas Roderick Bailey, experto en historia de la medicina de la Universidad de Oxford.
“Pero cuando se enfrentan a enfermedades de interés mundial, los gobiernos deben tener en cuenta que todas las naciones tienen interés en respuestas de principios basadas en la equidad y la cooperación”, reclamó, al advertir que “cuando los países dejan de ver el beneficio de ayudar a los demás y a ellos mismos, todos salen perdiendo”.
Por el momento no es una alerta que haya calado entre los gobernantes de los países más poderosos. Teniendo en cuenta que las vacunas más extendidas y aprobadas necesitan de dos dosis para completar su tratamiento, el diferencial entre países desarrollados y subdesarrollados es substancial.
Un trabajo de la Universidad de Duke es extremadamente revelador: una veintena de naciones han reservado el doble de vacunas que el resto del mundo, gracias a los contratos directos entre gobiernos y farmacéuticas.
Según un análisis de la revista The Economist, países como Australia o Canadá tienen dosis en una cifra seis veces superior a su población. La Unión Europea (UE) también tiene exceso de viales reservados en relación a sus habitantes
–casi el doble de los necesarios–, así como Japón, Nueva Zelanda o Israel.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunció a principios de esta semana que su país tenía garantizadas 600 millones de vacunas, suficientes para vacunar a 300 millones de personas, y un hito que podría conseguirse a finales de julio, si la distribución es la esperada. De acuerdo con la organización One Campaign, entre todos estos países se han asegurado más de 3 mil millones de dosis, mil 200 millones más de los que necesitan.
“El acaparamiento de vacunas en los países ricos ralentizará la recuperación de la pandemia en todas partes y para todos. Garantizar el acceso equitativo a las vacunas es lo correcto y lo más inteligente”, reclaman desde ese grupo que lucha contra la pobreza y las desigualdades a nivel global.
Según un estudio de RAND, la disparidad en la distribución y aplicación de vacunas podría suponer pérdidas de 1.2 billones de dólares anuales a la economía global. Los países todavía son reacios a la solidaridad, al menos hasta que su población sea totalmente vacunada. Ante la presión internacional y el avance de vacunación en su territorio sin demasiados problemas, las naciones más poderosas empiezan a ceder y pensar más allá de sus fronteras, sin abandonar su nacionalismo sanitario.
El primer ministro británico, Boris Johnson, prometió este viernes que donará la mayoría de las vacunas que le sobren a países pobres. Reino Unido tiene aseguradas 400 millones de dosis de varios fabricantes, para una población de poco más de 66 millones de personas.
El presidente francés, Emmanuel Macron, propuso en una entrevista al Financial Times que los países más ricos deberían enviar entre 4 y 5 por ciento de sus reservas de dosis actuales.
Canadá, que tuvo una pequeña crisis reputacional cuando se informó que iba a recibir vacunas del consorcio mundial organizado por la ONU y que tras acopiarse de dosis está teniendo problemas de distribución, prometió que iba a repartir todas las vacunas que le sobraran bajo una condición: cuando todos los canadienses hayan recibido sus dosis. La Casa Blanca, por el momento, no se ha querido pronunciar sobre qué va a hacer con los biológicos que podrían sobrarle.
La disparidad es tan grande, y la proyección de la espera tan larga, que algunos países más pequeños y menos desarrollados del mundo han decidido avanzar solos en la inmunización de su población, entrando al mercado de vacunas como un actor más; fabricando sus propias vacunas; o intentando llegar a acuerdos con terceros países para una donación, especialmente desde China y Rusia hacia el Medio Oriente, Asia y América Latina, en un movimiento de “diplomacia de vacunas” que servirá para reforzar los lazos entre países donantes y receptores.
La incertidumbre de qué pasará con el programa Covax, todavía sin el fondeo deseado a pesar del aumento de aportación anunciada este viernes por los Estados Unidos, es una incógnita demasiado elevada como para dar seguridad a la población; dejando de lado, además, que el programa de Naciones Unidas sólo se compromete, por el momento, a vacunar 20 por ciento de la población de los 92 países inscritos.