Peñita y Osorio, encubridores

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Por Carlos López Arriaga

Cd. Victoria, Tam.- En la mañana de aquel 27 de septiembre, los primeros reportes de la TV estadounidense hablaban de Iguala como si fuera un pueblito perdido en la sierra o una aldea a la mitad de la jungla.

Nuncamente. La municipalidad cuyo nombre completo es Iguala de la Independencia, Guerrero, es la tercera más grande de su estado, después de Acapulco y la capital Chilpancingo.

Se ubica en un próspero valle, perfectamente comunicado, a la vera de la autopista del sol, paso natural de la capital mexicana al litoral guerrerense. Es una localidad moderna con mucha vida económica, actividad turística, identidad histórica y riqueza cultural.

El secuestro y traslado de los 43 estudiantes de Ayotzinapa tampoco ocurrió en algún paraje oscuro o desolado de la carretera sino en plena ciudad.

Ni fue inesperado, el Centro Estatal de Control, Comando, Comunicaciones y Cómputo (C4) tuvo oportunidad de dar seguimiento al caso desde que los alumnos secuestraron los primeros autobuses.

Hubo monitoreo en tiempo real antes, durante y después de la tragedia por parte de todas las corporaciones locales, estatales y federales, incluyendo las corporaciones de Guerrero, Ministerial y Preventiva estatal, la Policía Federal y, por supuesto, los mandos de SEDENA y SEMAR.

Había cámaras en todo el trayecto. Supieron del caso y observaron su evolución, es decir, su agravamiento; pudieron ver los reiterados ataques de civiles armados contra los autobuses y finalmente, el secuestro de los estudiantes por parte de la policía municipal de Iguala.

 

TESTIGOS MUDOS

Desde el C4 observaron su traslado en camionetas de redilas a Cocula, donde fueron entregados a la delincuencia que los tortura, ejecuta y dispone la incineración de los cuerpos.

De manera paralela, en la capital del país, el secretario de Gobernación MIGUEL ÁNGEL OSORIO CHONG estuvo al tanto de los hechos en cumplimiento a su papel como jefe del gabinete de seguridad, junto a los mandos civiles y castrenses.

El episodio se detectó a tiempo y al detalle. Había oportunidad de sobra para que las corporaciones de dicho estado y del país supieran que la policía municipal estaba emprendiendo un traslado absolutamente ilegal de los estudiantes a una localidad vecina.

De todo se enteraron con el margen necesario para impedir la masacre y nada hicieron. Política de brazos caídos, pasividad culposa. Indolencia deliberada.

Habría bastado una orden al 27 Batallón de Infantería o a la Policía Federal para detener de golpe el operativo que transportó a los estudiantes a su destino de muerte. Nadie metió las manos. Ni las fuerzas destacamentadas en Iguala, ni los mirones de la capital Chilpancingo y la Ciudad de México.

La pregunta inevitable desde un primer momento: ¿inacción por órdenes de quién?… Cuando dependencias tan variadas, sin excepción, observan una misma conducta, la decisión solo puede venir del más alto nivel. Por lo menos, OSORIO, aunque también ENRIQUE PEÑA NIETO.

 

RESULTADOS POBRES

La especulación posterior pierde sentido si no pregunta, en principio, por la inexplicable pasividad que observaron los gobiernos de ÁNGEL AGUIRRE RIVERO y el propio PEÑA NIETO, perredista el primero, tricolor el segundo.

Hoy se contentan con preguntar si los restos calcinados están (o no) en un basurero de Cocula o indagar si el grupo delictivo “Guerreros Unidos” le daba órdenes al alcalde igualteco JOSÉ LUIS ABARCA o si los costosos diagnósticos de los forenses argentinos fueron mejores o peores que los peritajes nacionales.

El sanguinario plan se perpetró en las narices de soldados, marinos, policías federales, preventivos estatales y ministeriales. ¡Hasta el CISÉN andaba ahí!… Nadie se dignó impedirlo.

Por ahí tendrían que haber empezado las indagaciones desde el primer día, suspendiendo y ordenando el arresto preventivo a los principales mandos de todas las dependencias que estuvieron ahí. Los que vieron de cerca la película completa y se comportaron como meros espectadores del drama.

A la postre, se conformaron con culpar a las autoridades locales, perseguir y enjaular al alcalde ABARCA, deponer al gobernador AGUIRRE y capturar a piezas menores del hampa nativa.

 

IGUALA-REYNOSA

Entre la maraña de hipótesis, quizás la más razonable sea la que advierte sobre las cargas ocultas de heroína despachadas en autobuses de pasajeros hacia el noreste del país para cruzar la frontera (mire usted) por Reynosa.

Al secuestrar las unidades, los alumnos revoltosos de Ayotzinapa afectaron intereses insospechados que de inmediato activaron mecanismos brutales de represión. De aplastamiento.

En calidad de ejecutores, los “Guerreros Unidos”, a cargo de los hermanos PINEDA VILLA (ALBERTO, MARIO, SALOMÓN) y la hermana MARÍA DE LOS ÁNGELES, esposa de ABARCA.

Las pesquisas actuales parecen dar palos de ciego adrede. Buscando apaciguar el clamor de justicia, el 19 de agosto de 2022 fue arrestado el exprocurador JESÚS MURILLO KARAM.

Alguna culpa tendrá si en su momento formó parte del gabinete de encubridores. Pero los cargos son ridículos: desaparición forzada, tortura y obstrucción a la justicia, por hechos que ocurrieron en Guerrero y no en la Ciudad de México donde él despachaba.

En cualquier caso MURILLO obedecía órdenes y (hasta hoy) nadie quiere tocar a su mando superior, el entonces Jefe del Ejecutivo nacional. Tampoco al extitular de SEGOB.

Grande (pero muy grande, enorme) le quedó el cargo a ENRIQUE PEÑA NIETO, hombre chiquito, de moral flaca, valores endebles y vocación de maniquí. Cabal producto de la era del plástico, entendió y se hizo del poder solamente para fines recreativos.

Contempló a la distancia y desde su aparador personal la matanza de Ayotzinapa, sin que ello le causara preocupación mayor; como DONALD TRUMP observó por TV la vandalización del Capitolio y el emperador NERÓN el incendio de Roma. Tales por cuáles, tales para cuáles.

 

BUZÓN: lopezarriagamx@gmail.com

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