Por Carlos López Arriaga
Cd. Victoria, Tam.- Es noticia, aunque retorcida y exige precisar. La probable liberación del supuesto magnicida MARIO ABURTO MARTÍNEZ nada tiene que ver con perdón, ni con amparos, ni truculencia judicial alguna.
Para la autoridad es y sigue siendo culpable, solo que el crimen se cometió en Tijuana en 1994 y el próximo 23 de marzo del 2024 se cumplirían 30 años.
La geografía cuenta. Siendo delito del fuero común cometido en Baja California, la pena máxima de su respectivo código penal era, en su tiempo, prisión de 30 años.
Como es sabido, tras su arresto y traslado al penal de Almoloya, luego de un sinfín de pesquisas, fue encontrado culpable y sentenciado a 45 años de prisión.
Lo cual es congruente con el código federal cuya pena máxima en ese tiempo era de 50 años. La pregunta es qué criterio debieron aplicar, el del lugar dónde se cometió el delito o por la jerarquía de la autoridad que lo juzgó.
Se recordará que la entonces llamada Procuraduría General de la República (hoy FJR) instrumentó de inmediato su facultad de atracción, llevándose el caso (y al detenido) a la capital mexicana.
Actuó así por su importancia política, pues la víctima era nada menos que el candidato del partido oficial a la Presidencia LUIS DONALDO COLOSIO. Una averiguación federal se hizo cargo, pero ¿ello transforma la falta en delito federal?
Lo cierto es que la pena mayor bajacaliforniana (30 años) se cumple en cinco meses más. Ello otorga sentido al dictamen del Primer Tribunal Colegiado con sede en Toluca que el pasado 6 de octubre anuló la condena original y ordenó que en un plazo de dos semanas (ya próximo a cumplirse) se formule una nueva sentencia.
JUEGO DE ESPEJOS
Lo patético es que estas cosas ocurran tres décadas después, cuando el crimen sigue sin aclarar. La estampa del presunto verdugo dio vuelta al mundo y lo que derivó fue información muy pobre, entre un mar de especulaciones conspirativas.
La misma noche del crimen, cuando el sospechoso fue presentado ya en su uniforme de reo, rasurado y con el casquete corto, la reacción entre la opinión pública fue de perplejidad. No se parecía en nada al muchacho desencajado que vimos horas antes en los videos de Tijuana.
Otra complexión. El de Almoloya con cuello de toro, rostro cuadrado, mirada desafiante, nada que ver con el flacucho de barbilla afilada y cara triangular al que arrastraban sus captores en Lomas Taurinas.
Por esos días el periódico EL NORTE elaboró una infografía empatando los dos semblantes, el registrado por las cámaras en el lugar de los hechos y el que mostró por la noche el gobierno federal.
Parecían dos perfiles distintos. Acaso no lo fueran, pero la duda sacudió en forma tan severa la percepción pública que desde entonces se habló de una probable suplantación.
En el análisis de EL NORTE, opiniones de expertos forenses en eso que llaman “explanometría facial” encontraron diferencias sustantivas en ambos rostros.
Entre las dos fisonomías, al comparar medidas y distancias, entre comisuras, internas y externas de ojos y labios, de la punta de la nariz al labio superior, del labio inferior a la barbilla, entre pómulos y lóbulos de las orejas, del entrecejo al nacimiento del cabello.
Estaba naciendo la tesis de los “dos ABURTOS”. En años siguientes (entre broma y en serio) se habló de más ABURTOS, de tres, de cuatro, cinco, al gusto de cada presunto experto en el tema.
Vieja treta de la propaganda gubernamental. La mejor manera de tapar algo (adulterar, abaratar) es restarle seriedad, ridiculizarlo, que se convierta en exageración jocosa, a la postre inofensiva.
El caso es que de ello derivaron un sinfín de teorías a cual más fantásticas, libros incluso, programas especiales, investigaciones tan sesudas como ruidosas que tampoco sirvieron de mucho.
OSCURIDAD POLICIAL
Ríos de tinta y saliva que jamás cambiaron el hecho de que LUIS DONALDO había sido muerto esa tarde en Lomas Taurinas y había un detenido purgando condena.
Asesino solitario, igual que el infortunado LEE HARVEY OSWALD. Así de simple, donde la única verdad irrefutable del magnicidio en Dallas fue la que dijo “JOHN KENNEDY is dead”. Lo demás sigue sujeto a discusión.
Aunque la culpabilidad o inocencia de MARIO ABURTO ya importan menos. Lleva 30 años preso, de poco le sirve ahora un cambio en el veredicto, salvo que este humilde obrero tuviese alguna urgencia en limpiar su nombre.
Nacido en Zamora, Michoacán, en 1970, ABURTO cumplió 53 años el pasado 3 de octubre. Tenía 23 cuando lo incriminaron y persiguieron a toda su familia, al estilo brutal de la policía salinista, atropellando derechos elementales, sembrando terror en comunidades inocentes.
Igual que como arrastrarían meses después a la parentela de los tamaulipecos DANIEL AGUILAR y CARLOS ÁNGEL CANTÚ en una ranchería de San Carlos, presuntos asesinos de FRANCISCO RUIZ MASSIEU.
En efecto, sigue vigente el reclamo de claridad sobre el caso COLOSIO y la sospecha de que el único sentenciado fue un asesino de paja, para encubrir un crimen de Estado.
Cabe concluir con dos recuerdos en paralelo. Cuando detienen a OSWALD en noviembre de 1963, este no dejaba de gritar en su defensa: «I’m just a patsy, just a patsy» (“soy solo un chivo expiatorio, un chivo expiatorio”), mientras el FBI lo trepaba en rastras a una patrulla.
Es curioso pero ABURTO se defendía con un grito similar, cuando el Estado Mayor lo arrastraba en Lomas Taurinas: “yo no fui, fue el viejo, fue el viejo”, señalando a otra persona fuera de cámara.
La diferencia es que LEE HARVEY fue asesinado dos días después de su arresto, mientras que MARIO aún vive y se encuentra en edad todavía lúcida para hablar a profundidad del caso.
BUZÓN: lopezarriagamx@gmail.com