El misterio de las cabezas rodantes

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Hugo Reyna / Corresponsal

Se cuenta la leyenda en Reynosa que después de los años convulsos del inicio de la Revolución Mexicana. En nuestra ciudad se vivieron algunos episodios de aquella lucha. Se dice que corría el año de 1913 en el mes de mayo, cuando las fuerzas armadas del General Lucio Blanco pasaron por la ciudad, dejando tras de sí una estela de dolor, temor, inseguridad y miedo por un hecho que aun hoy- aseguran- sucede.

Los residentes de Reynosa de principios del siglo XX se dedican a lo que entonces eran las principales actividades que soportaban la economía fronteriza: la ganadería y agricultura.

Desde aquí se exportaba de México ganado caballar y vacuno y para despepitar el algodón y para lograrlo se adquirieron unos “gines”, el primero ubicado entre las calles Porfirio Díaz y Pedro Méndez y el otro por el sector de la calle J.B. Chapa, ocupando la manzana en la cual hoy se edifica la escuela preparatoria “Escandón”.

Entre “la bola” de guerrilleros anidamos en el movimiento revolucionario, andaban bandidos y ladrones que solo al amparo de la lucha armada, se aprovechaban para cometer-sin castigo e impunidad- toda clase de delitos como el robo, saqueo y despojo a las familias, así como asesinando y quemando jacales para apropiarse de lo ajeno.

Una noche un grupo de vándalos rociaron una despepitadora con petróleo para posteriormente prenderle fuego y acabar con el ingenio que daba empleo, afortunadamente no cundió la violencia destructiva hacia la otra despepitadora propiedad de la familia Tarrega que estaba en donde ahora es la escuela ya referida. O quizás se salvó por que no tuvieron tiempo los autores.

Por esos mismos días llegó a Reynosa, un trenecito de pasajeros. Que apenas hacía ocho años había sido inaugurado para recorrer la región campirana entre Monterrey y Matamoros. El trenecito también sufrió la acometida de los revoltosos violentos, quienes le prendieron fueron y sin conductor para manejarla la echaron a toda velocidad a recorrer las vías en una carrera sin control, hasta incendiarse totalmente y volcar en un tramo conocido “la Curva” a la altura del ejido “Corrales”.

A partir de estos hechos, el comandante en jefe asignado para labores de custodia de la plaza, Espiridion Espericueta despertaba en las noches sudoroso y con miedo al verse en sueños sin su cabeza.

Y es que según se contaba, cuando el militar ordenó la destrucción e incendio de aquel trenecito turístico que corría por la región, cuando fue lanzado a una carrera sin freno, ocurrió que un cristiano fuereño que dormía sobre los rieles del ferrocarril con su cabeza descansando en un durmiente, cuando la maquina pasó lo decapitó, causándole una muerte horrible.

Esa era la razón por la cual Espiridion Espericueta se despertaba aterrado, viéndose a sí mismo sin su cabeza. Sin embargo, después se tuvo la certeza que era una macabra premonición de su propia muerte.

Cuando el general Genovevo de la O se enteró de los crímenes y delitos que eran ordenados por Espericueta, lo mandó al patíbulo sentenciado de muerte, ordenando decapitarlo con un sable.

Tan solo unas noches después de su ejecución, testigos afirmaron que empezaron a ver el alma en pena de aquel cristiano que dormido fue muerto sin sentir y que detrás suyo, otro espectro con ropas de militar, también sin cabeza le seguía, pidiendo y suplicando perdón por ser el autor directo de la muerte del anima.

Aun hoy en día, en las noches de luna llena se asegura que se escuchan lamentos y se miran las sombras espectrales de los aparecidos de las cabezas rodantes.