Marco Antonio Vázquez Villanueva
Allá por 1998 conocí a José Guadalupe Díaz Martínez, dueño y director del periódico El Gráfico, en aquellos días un vespertino de los más influyentes en la capital de Tamaulipas, la entrevista fue breve, apenas un intercambio de palabras que comenzaron y terminaron con un “Y cuándo comienzas”, así se abrían las puertas de lo que fue mi segunda casa.
Lupillo, Lupe, Lupe Díaz, Don Guadalupe Díaz Martínez, más algunos adjetivos o apodos de quienes no lo querían o lo apreciaban mucho, parecían personajes distintos, pero terminaban en la misma persona, la razón es que El Jefe era igual en la imprenta, redacción, el área de diseño, con Don Jorge Rodríguez o en su oficina y no eran poses, era un hombre auténtico que siempre supo ser amigo.
Era un verdadero líder, por eso contó con innumerables amigos y se pueden referir ligadas a su persona miles de anécdotas serias y trascedentes más otras que parecían chiste, como la sonora mentada de madre que le propinaba a Tino, jefe de talleres en el periódico y a quien veía como amigo de niñez o juventud, de cuando les tocó vocear El Gráfico juntos, el hecho nos espantó cuando lo escuchamos por primera vez porque entraba gritando que era tarde para que saliera El Gráfico, luego abría una ventanita hacía la maquina y la soltaba a todo pulmón, pero posteriormente causó risa su camaradería porque el asunto era de ida y vuelta, como aquella mañana que recibía a influyentes políticos, llegó impecablemente trajeado, con las prisas no se dio tiempo para irle a dar su mentada de madre a Tino y como que le extrañó al susodicho cuando salió del edificio ver la camioneta y no recibir “su saludo”, de tal forma que al regresar, al entrar por la puerta principal le preguntó a la recepcionista, “está Lupillo en su oficina”, la respuesta fue afirmativa por lo que se enfiló sin escuchar lo que le dijeron después, “pero creo que está con el gobernador o el candidato” había terminado la secretaria, como no oyó esto último, sin más, abrió la puerta que se había quedado sin seguro para gritar con todo lo que podía, “Lupillo, chinga tu madre”, obvio, Tino reconoció el error cuando vio a los invitados, demasiado tarde, así que nomás cerró la puerta apresurado y salió corriendo a los talleres.
Esa fue una de tantas y no, no hubo mayor drama, si acaso ponerle seguro a la puerta en la próxima o de plano no olvidar a su llegada la mentada de madre a Tino.
Como periodista, como dueño del periódico era lo mismo, privilegiaba la libertad de expresión y sabía ser, además de jefe, un amigo, a veces fingía no estar en la ciudad cuando se afectaba en las páginas de El Gráfico a políticos que se decían sus allegados o lo eran de verdad, otras, nomás apechugaba los reclamos cuando se hacían de manera correcta y con sustento.
“Aquí no hacemos campañas, solo el dueño, que para eso es mi periódico”, era de sus frases dirigidas a quienes nos daba la oportunidad de escribir columnas en sus páginas, con conocimiento de causa le puedo asegurar que era solidario, tanto que sin importar poner en riesgo su patrimonio uno de esos días, allá por los tiempos de Tomás Yarrington, un poderoso Secretario pidió la cabeza de quien esto les narra, al funcionario le había dolido mucho la verdad y pretendía dejarnos sin chamba, nos llamó a la oficina Don Jorge Rodríguez, Director Editorial, en funciones de jefe de El Gráfico, y nos hizo un par de preguntas, la respuesta negativa de ambas culminó con un, “el Jefe le va a preguntar lo mismo, quiere hablar con usted y ya veremos que decide, un secretario muy influyente pidió su cabeza licenciado”.
En la oficina no hubo muchas palabras, – “¿Alguien pagó o te pidió esa columna?, yo sé que puedes pendejearme porque te conozco, se quién eres y confió en ti, pero nomás quiero que me lo digas”, la respuesta fue más o menos así, “jefe, me enteré de eso por una amiga, lo platicaron en una misa y está confirmada la información”, se acomodó en el sillón y soltó, “pues eso es lo que les duele y ya lo sabía”, voltea a Don Jorge y termina dirigiéndose a los dos, “pues enfríalo un poco en la redacción, pero no vamos a correrlo, que chinguen su madre, el periódico es mío, lo leí bien y no hay nada que no sea cierto”.
Ese fue un gestó que no olvidé nunca, que se aquilata mucho más al pasar los años, cuando comprendes que en muchos periódicos nos habrían puesto de patitas en la calle y sin chistar para cuidar convenios, también tengo la seguridad que de haber atendido la petición, en ese acto, me habría dejado sin trabajo todo un sexenio, es más, me habrían retirado del periodismo porque todavía no existían las redes y era imposible hacer esta profesión sin el respaldo de un medio serio, pero Don Guadalupe Díaz Martínez, lejos de pedir mi renuncia lo arregló todo con un, “chinguen su madre”, y nos colocó en otro espacio para seguir aprendiendo en la redacción un par de meses y luego, vía donde Jorge, me regresó a la reporteada con algunos privilegios como una columna ya firmada por mi persona.
Y esta anécdota personal era en todos los casos, en las injusticias lo vimos discutir lo mismo con personajes de muy alto nivel como con quienes pretendían abusar de los más débiles, se enfrentó lo mismo a Cavazos Lerma siendo gobernador y con toda su fama que a personajes de la calle, siempre fue parejo.
Luego de mi paso por El Gráfico me distinguió con su amistad, cada encuentro era un buen abrazo, así que, ahora sí, deje honrar una de las enseñanzas que nos hacen recién nacidos en el periodismo, “el periodista nunca es la nota, nomás cuando muere”, y este es el triste caso porque Lupillo, Lupe Díaz, Don Guadalupe Díaz Martínez ha pasado a mejor vida, sirvan estas letras para honrar su memoria, en gratitud a lo recibido, para abrazar a toda su familia y amigos que lo han sentido, para reconocer al amigo, a El Gran Jefe…
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