POR CARLOS LOPEZ ARRIAGA
Cd. Victoria, Tam.- El incidente es grave, sin importar cual explicación se imponga: (1) la de “cero muertos” del gobernador MAURICIO KURI GONZÁLEZ en la mañana del domingo, o bien (2) la de centenares de víctimas que reportaron las redes al mediodía, con testimonios, fotos y videos. Acaso (3) algún cálculo intermedio.
El tema se llama porrismo y existe al menos desde los años cincuenta. No debiera sorprender, ya rebasa las siete décadas. En este caso estaríamos hablando de un porrismo organizado de manera gerencial y que no necesariamente deriva de instituciones educativas.
Más bien tiene que ver con una agresiva estrategia de marketing que ha proliferado en los torneos de todo el mundo, ante su necesidad recurrente de generar y magnificar ovaciones al gusto, que compitan en volumen, presencia y alharaca, con las del adversario en turno.
Profesionales del ruido, panegiristas a sueldo que vitoreen, canten y aplaudan las glorias del club, reales o ficticias. Ahora les dicen barras, en el teatro clásico serían corifeos, en política se llaman acarreados.
Gente que gana alguna suerte de sustento por montar escándalo en favor de quien pague y, desde luego, contra todos los adversarios y seguidores.
Lo mismo en México que en Londres, Barcelona o Buenos Aires, la afición deportiva es dualista por definición, religiosamente maniquea. Por algo sus integrantes reciben el nombre de fanaticada.
Filias y fobias, apegos y rechazos se fincan en la irracionalidad. Lo único racional es el pago. El refuerzo pavloviano que premia el cumplimiento de la conducta esperada. Vandalismo de reclutas con un claro tufo patronal.
Por supuesto, alguna responsabilidad debe recaer en los propietarios del negocio y sus titiriteros (publicistas y comentaristas) cuando alguien demuestra ser capaz de golpear a su interlocutor (o incluso matarlo) mientras discute rivalidades entre el River Plate y Boca Juniors, Barcelona y Real Madrid, Tigres y Rayados, América y Pumas.
IDENTIDADES EN DUELO
Las mismas empresas deportivas son responsables de imbuir esa relación mística entre el aficionado y sus colores de referencia. No se contentan con clientes, quieren hábitos de consumo.
Tampoco es casual que se promueva entre el público esta forma de apego emocional, que finca identidades y pasiones gregarias cercanas al sentimiento patrio.
Decía el desaparecido ANGEL FERNÁNDEZ que el amor por el Guadalajara suele adoptar expresiones semejantes al culto guadalupano (“Las Chivas no es un equipo, ¡es una religión!”).
Y bueno, al paso de los años, la agresividad del porrismo empeora cuando se convierte en modus vivendi de grupos y comunidades
Cuando ocupa partidas amplias para contratar entusiasmos, engordar delirios, embriagar pasiones y solapar beligerancias con un manto de permisividad. Acaso de impunidad.
Los mismos patronatos orquestan todo el acarreo de las barras, desde concentrar a la gente en puntos específicos, uniformarlos, encargarse del traslado, darles bebida y botanas, asignarles espacio y matraca, para que atiborren estadios, sacudan gradas, entonen himnos previamente ensayados y mienten madres cuando sea necesario.
Frenesí calculado, arrebatos de diseño previo. Granjas de fuerza bruta que, eventualmente, pueden salirse de control y acariciar los límites del delito. También eso está previsto.
Un ejemplo. Desde principios del presente siglo circulan reportes de que la Mara Salvatrucha infiltró las porras centroamericanas, en Guatemala, El Salvador y Honduras.
Hay noticias similares de grupos locales involucrados en Michoacán, Jalisco, Sinaloa, Tijuana. La venta de estupefacientes florece ahí dónde la algarabía se vuelve moneda de uso.
Los estimulantes encuentran su nicho de mercado cuando la catarsis violenta se administra como un recurso escenográfico. Esa hinchada rugiente implantada como elemento central del espectáculo.
¿PREVENIR O PERMITIR?
En el caso que nos ocupa, no será la primera vez que ocurran tumultos sangrientos en canchas mexicanas. Este domingo fue noticia el estadio Corregidora de Querétaro, hogar de los Gallos Blancos. Pero antes lo fue el estadio Hidalgo de Pachuca, sede de los Tuzos.
La explicación siempre es la misma. Se salieron de control las barras (porras), desbordaron los sistemas de vigilancia y se enfrascaron en batalla campal, arrastrando en su marejada a centenares de inocentes.
Nada nuevo bajo el sol. Si acaso, la terca permisividad que subsiste, pese a las reiteradas experiencias que convierten la información deportiva en nota policiaca.
De sobra lo saben los entrenadores, el cuerpo técnico y también los engominados estrategas de cuello blanco. Riesgo calculado que de tiempo en tiempo rebasa las previsiones y estalla.
Hay, incluso, un gasto inútil de neuronas, empleo innecesario de materia gris, cuando locutores y comentaristas intentan explicar el fenómeno aplicando con demasiada ligereza la supuesta psicología del mexicano.
De manera apresurada culpan al temperamento nacional por su presunta explosividad, tema de llamaradas colectivas asociadas al mestizaje que desbordan a cielo abierto como erupciones volcánicas. Suena poético pero no es así.
La verdad es más simple y no amerita elucubraciones sociológicas, ni citas pomposas de SAMUEL RAMOS, OCTAVIO PAZ o SANTIAGO RAMÍREZ, ni referencias a la Malinche, la Llorona, la Catrina o JOSÉ ALFREDO JIMÉNEZ.
Habrá que tomar las cosas con calma. El furor de origen, la pasión deportiva, es igual en todo el mundo. La diferencia será siempre la acción o inacción de las instituciones.
Si los encargados del estadio dispusieron (o no) de la vigilancia adecuada para prevenir incidentes.
Si la autoridad regional tuvo (o no) voluntad política para meter en cintura tanto a las barras como a los empresarios que las promueven y costean.
Si los gobiernos son (o no) cómplices de los directivos, lo mismo en Hidalgo y Querétaro, que en Madrid, Paris, Ámsterdam o Berlín.
En el fondo es trabajo preventivo, tareas de seguridad, ejercicio cabal del deber y cumplimiento oportuno de los protocolos formulados para el control y gestión de multitudes, punto.
BUZÓN: lopezarriagamx@gmail.com