Cd. Victoria, Tam. Aparentemente hay coincidencia entre la diversidad de grupos que hablan hoy de otorgar sustento jurídico a la producción y comercialización de estupefacientes.
En el fondo los enfoques divergen, en razón de sus propósitos. Las diferencias pueden ser tan amplias y sustantivas, que hasta cabe valorarlas como posturas antagónicas, a pesar de sus semejanzas formales.
En primer lugar, habría que mencionar las propuestas de legalización promovidas desde los sectores progresistas vinculados a la academia, preocupados por la salud pública y la seguridad nacional.
En este caso, se asume esta reforma como un mal menor ante (1) el fracaso del enfoque prohibicionista, (2) la necesidad de tratar a los adictos como pacientes y no como delincuentes, amén de (3) atajar la acumulación de grandes capitales en las organizaciones delictivas que se benefician con los altos precios y los índices mayúsculos de ganancia derivados de la prohibición.
No se trata aquí de promover la economía o el consumo de estas sustancias. Menos aún de fincar en ello esperanza alguna de prosperidad nacional. Solamente de frenar sus efectos más peligrosos, haciendo un manejo inteligente y cauteloso del problema.
Desde luego, se reconoce un uso terapéutico de los productos que derivan de la marihuana y la amapola, pero bajo vigilancia médica.
Por igual se sabe de su empleo recreativo, aunque observado con las reservas del caso, reconociendo que el callejón oscuro de las adicciones existe, es amplio, grave, indeseable.
De aquí el cuidado que la legalización representa para la lógica de la responsabilidad individual y colectiva, en conciencia de los riesgos que dicho consumo entraña.
Bajo este enfoque, el mercado de psicotrópicos no es, ni debe ser, un instrumento de desarrollo, inversión o generación de empleos.
Se trata de un renglón económico que debe manejarse con extrema cautela, al que se busca dotar de un marco regulatorio solo para atenuar la rudeza del crimen organizado y emprender acciones institucionales de salud pública más profundas y efectivas.
Este sería el planteamiento que el nuevo gobierno de LÓPEZ OBRADOR se ha propuesto estudiar, en el entendido de que el concepto esencial es tolerancia. Nunca promoción de dicha actividad.
DINERO, DINERO…
Contrario y altamente riesgoso es el planteamiento que se ha venido publicitando en los últimos años por algunos sectores abiertamente interesados en inyectar recursos a un probable mercado legal de drogas.
En esta lógica de codicia infame se inscriben los esfuerzos interesados del expresidente VICENTE FOX quien, con una mezcla de verdades a medias y mentiras rampantes, pretende situar dicho propósito como panacea para (1) terminar con la violencia y (2) detonar el desarrollo económico.
La primera premisa es del todo falsa, si consideramos que la explosión delictiva tiene un trasfondo de pobreza y desigualdad en el ingreso cuya virulencia delictiva no se resuelve cambiando una ley.
La segunda es altamente improbable pues, en cualquier caso, la marihuana o las drogas heroicas de exportación poseen márgenes muy altos de ganancia gracias a la prohibición. Su regularización implicaría la caída drástica del precio.
La cantaleta de FOX es además monstruosa en sus fines. Contemplaría una promoción intensiva del mercado interno (que los mexicanos consuman más drogas) con ideas como el vender marihuana en las tiendas de conveniencia (en los Oxxos, fue el ejemplo que empleó).
Su plataforma de despegue fue aquel célebre discurso dado en el rancho San Cristóbal en junio de 2013, primer año del presidente PEÑA NIETO.
Ahí están todas las coartadas básicas de su muy personal utopía, que en años posteriores desglosaría con diversas variantes y ante diferentes públicos.
Argumentos ideáticos que (como luego veríamos con el fracking) no obedecen a un planteamiento imparcial, honesto del asunto.
Derivan, más bien, de una estrategia de marketing, donde FOX actúa como parte interesada, como vendedor. Con todo el blof del publicista que actúa orientado en función de la máxima ganancia.
SUEÑOS DE OPIO
Bajo ese enfoque viene afirmando que al campo mexicano (incluyendo distribuidores y vendedores) le iría “formidablemente bien” si se legaliza la mariguana, aceptando desde entonces sus planes de invertir en el negocio.
Sueña con arrebatar los “millones y millones” que ganan los cárteles, para “que ese dinero lo tengan los empresarios” (entre los que, por supuesto, se incluye).
De aquel tiempo data su propuesta de comercialización abierta, directa, llevada al punto de venta más cercano para el consumidor:
“Hagan de cuenta una Oxxo, perfectamente exhibido el producto en las vitrinas, en todas sus variedades, cantidades, precios; en la trastienda se está envasando, atrás de la trastienda está el invernadero, donde se está produciendo la planta, productos de gran calidad, bajo un control estricto.”
Eso fue en 2013. En el actual 2018 ha extendido su propuesta a las drogas duras que derivan de la amapola con el mismo sentido del marketing.
Ganar con la exportación y expandir el mercado interno, facilitar su acceso a toda la población, bajo la misma ambición de altas ganancias, al cabo no hace daño, ya se lo dijeron sus amigos americanos. Pero se lo dicen (sobre todo) sus bolsillos.
Aquí es donde se observa la paradoja prevista en las primeras líneas de este comentario. Las propuestas de AMLO y FOX pueden parecerse en algunos aspectos, aunque sus propósitos las hacen incompatibles.
El obradorismo busca la legalización para desinflar la burbuja de ganancia que obtienen los cárteles y tratar en un entorno más benigno el grave problema de las adicciones.
Al enfoque foxista le importan pura chingada las adicciones. Por el contrario, quiere detonar el consumo, inspirado en la más cruda lógica del lucro.
BUZÓN: lopezarriaga21@gmail.com
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